Casos de fracaso, ¿por qué nos enseñan más que los de éxito?

¿Aprendemos más del éxito o del fracaso? Pese a que nos deleita paladear el sabor burbujeante del éxito, la caricia de las felicitaciones y sentirnos importantes por el reconocimiento de los otros, aprendemos más cuando nos equivocamos.

Sí, créase o no es así. Una de las causas podría encontrarse en la evolución de la especie, el desarrollo del neocortex restó lugar al instinto para dárselo a la lógica. Claro que no todo fue malo, gracias a éste pudo tener lugar el pensamiento hipotético deductivo, que se corresponde con el aprendizaje de disciplinas abstractas y complejas como la filosofía y la matemática. Por ende, nos dio la posibilidad de la reflexión, el aprendizaje por oposición, por lo que no es y la valoración artística.

Pero, también trajo consigo la sistematización de la educación formal y no formal (familiar) basada en resaltar los logros (recompensa) y en castigar cuando no salen bien las cosas. Es decir, en un sistema de premios-castigos más parecido al adiestramiento animal, que a una construcción que es lo que debería representar el aprendizaje.

¿El resultado? Una sociedad cada vez más exitista e intolerante con la equivocación. Que mientras tanto, pierde la riqueza que nos da la reflexionar cuando algo no sale bien y con ello la oportunidad de aprender.

Un grupo de personas se rebeló contra éste orden preestablecido y fundó las charlas “Fucked up Nigths”, cuyo lema es: “contamos historias de fracaso porque tenemos la convicción de que es una de las mejores formas de fortalecer la cultura emprendedora”.

¡Claro que sí! Y podríamos agregar que el ejemplo arriba citado (les recomiendo visitar el link) también podría servirnos para repensar los métodos de capacitación y la gestión que los líderes realizan en las empresas.

Hoy podría ser el día en el que empecemos a preguntarnos sobre el tema. A barajar la hipótesis del error como una instancia de aprendizaje en lugar de una oportunidad para juzgar o castigar. Quizás hasta cambiarle el nombre, llamar “el error” con otra palabra.

Nos rendimos ante la evidencia: la metodología actual da resultados pobres. Quien cometió “el error” tiende a ocultarlo (por temor) y quien tiene que darle feedback asume una posición de juez, culpabilizándolo. De esta manera los espacios laborales se convierten en sitios de “víctimas y victimarios” o la también llamada “caza de brujas” ¿Qué aprendemos entonces?

Siguiendo esta misma lógica, las empresas se esmeran por mostrar sus “casos de éxito” como el bastión de lo bien que hacen las cosas. Mientras que, del otro lado de las compañías, hay millones de clientes disconformes, con esas mismas corporaciones que aleccionan al resto sobre cómo se deben hacer las cosas.

Todo parecería indicar que estamos frente a una crisis, por un lado, de referentes y por otra de aprendizaje y transmisión ¿Qué tal si empezamos tratando de representar el aprendizaje con una figura geométrica? Propongo que sea una estructura circular – abierta con diferentes planos y no una pirámide como lo es actualmente. ¿Ustedes qué proponen?